Curiosa medalla amigo Centauro con las figura antropomorfa de la luna.
Sobre la tematica de Maria refugio de pecadores , te expongo un articulo del Prof. Dr. D. Juan-José Pérez-Soba Díez del Corral
María abogada y refugio de pecadores
“Eran todos perseverantes, junto con María la Madre de Jesús” (Hch 1,14). Allí en el cenáculo, María enseña la oración a los apóstoles, Ella, la llena del Espíritu Santo (Lc 1,35), prepara a esa primera comunidad, para recibir tal Espíritu, el don de Dios. Esta escena ante todo es el testimonio de una profunda transformación por la que los temerosos discípulos van a pasar a ser por la recepción del Espíritu los fieles apóstoles dispuestos a dar la vida por el testimonio de Cristo. ¿Qué es lo que ha pasado?
No ha sido solo la visión de Cristo resucitado, la que les llenó de alegría y comprendieron la realidad de un amor que permanece pues da la vida eterna. La transformación incluye como una de las claves la convicción absoluta del perdón de los pecados. Precisamente este perdón es la gran herencia de Cristo resucitado: “Recibid el Espíritu Santo, a quien perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20,22-23). La conciencia del propio pecado, de haber negado a Cristo, pasa ahora a la experiencia profunda del perdón, la misericordia divina “más fuerte que la muerte y más fuerte que el pecado”. Saberse perdonados de los propios pecados y enviados a proclamar ese perdón. Es esta realidad liberadora la que hace perder el temor, sobre todo a las propias debilidades de las que son mucho más conscientes. Es cierto, es el Espíritu el que “convence del pecado” cfr. Jn 16-8 porque lo muestra y lo vence con la fuerza de la justicia del Amor que Jesucristo a entregado en la cruz. Es por eso por lo que se denomina al Espíritu el “paráclito” (cfr. Jn 14,16.26; 15,26; 16,7), esto es el abogado que sale en nuestra defensa porque nos salva de nuestros pecados, y permite que “nazcamos de nuevo” (cfr. Jn 3,5). Desde entonces se comprende esa nueva justicia divina que pone por nosotros al “Espíritu que viene en ayuda de nuestra debilidad, porque no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu Santo aboga por nosotros con gemidos inefables” (Rm 8,26).
En todo este evento de salvación la mediación materna de María es esencial. Su presencia en el Cenáculo, no es casual. Forma parte de la misión a la que se ha preparado desde la Anunciación. Es su tarea de Madre de misericordia. Ambas misiones, la maternidad y la realidad de la misericordia, están profundamente unidas ya desde el principio en la percepción de María. Así lo anuncia en el Magníficat como una comprensión límpida del plan de Dios sobre él: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1,50). Canta esta comunicación de gracia que ella misma acaba de experimentar en el encuentro con Isabel y la santificación de Juan el Bautista. Comprende que esta será su función y de un modo que no se acaba en su existencia terrena, sino “por todas las generaciones” Lc 1-48-
Esta misión es la que comienza al pie de la cruz. Es allí donde recibe la herencia de Jesucristo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26). Recibe como hijo al “discípulo amado” que está junto a la cruz, pero que como los demás huyó cuando le prendieron cumpliéndose la profecía de Cristo: “todos os escandalizaréis” Mc 14,27. La maternidad de María comienza recibiendo a aquellos que han negado a Jesucristo, su Hijo, pero que por el amor de su entrega en la cruz se han convertido ahora en “sus hijos”. En el perdón de María a los apóstoles comienza la Iglesia. El cenáculo es pues, el primer “refugio de pecadores” porque es una verdadera “casa de misericordia”.
La verdad de esta misión de María hacia cada fiel cristiano consiste en que con Ella, no estamos solos, sabemos donde podemos abrazar la misericordia y vivir la nueva vida de los hijos de Dios.
Así lo ha reconocido la Iglesia y los santos. Cada cristiano sabe por experiencia cómo es Ella la que enciende la esperanza del perdón para el pecador, del mismo modo que Pedro no cayó en la desesperación tras negar al maestro y lo vemos la mañana de resurrección en el cenáculo (cfr. Jn 20,2-3). Sí, María es nuestro refugio, porque aún caídos en el pecado, podemos invocarla, Ella nos enseña esa oración del Espíritu y nos permite recibir esperanzados el perdón de Dios. Así lo recordaba San Bernardo: “En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te apartes de los ejemplos de su vida. Si la sigues, no te desviarás; si recurres a Ella, no desesperarás, su la recuerdas no caerás en el error. Si Ella te tiende de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; si te dejas conducir por Ella, no te fatigarás; con su favor, llegarás a puerto.”
Un saludo,